Encontrar “orín” escrito en una botella de leche en el fridge o dejar notas escritas como “¡alguien se comió mi cena, por favor respetar lo mío!”. Si no te ha pasado algo similar es porque aún no has conocido que es compartir un piso o una casa con gente mundana y tan real como tú y como yo, pero quien pensaría que según algunos psicólogos, consideraríamos como “familia” al que deja sus pelos en el lavamanos y te dice un simple sorry por no dejarte dormir; según ellos, nuestros flatmates son como un mal necesario que al fin y al cabo consideraremos como parte trascendental de nuestra convivencia en el extranjero.
Definitivamente vivir lejos de casa y la familia no es fácil, cuando se está muy arraigado, y muchas veces nos provoca melancolía y nos produce un cierto tipo de carencia emocional que difícilmente puede ser reemplazada por algo o por alguien; y más aún cuando nuestras culturas difieren significativamente de las culturas del lugar a donde decidimos emigrar; sin embargo, podemos encontrar un sentido de pertenencia familiar mediante el compartir una casa o un piso con perfectos extraños, un fenómeno global y muy curioso por cierto, que ha estado siendo estudiado por muchos psicólogos en los últimos años, y ahora explicado en este artículo por el psicólogo-psicoterapeuta Daniel Ulloa Quevedo.
Como consecuencia de la creciente movilidad de las personas en el contexto de globalización, es cada vez más frecuente que muchas de las viviendas o pisos compartidos se encuentren habitados por personas de diferentes países.
Las viviendas compartidas multiculturales se constituyen en espacios de interacción social en los que sus habitantes se ven abocados a realizar negociaciones para la convivencia y el entendimiento. A partir de la interacción continuada -que puede ser de algunos meses a varios años- se configuran códigos, consensos, normativas, derechos y responsabilidades comunes.
Para muchas personas la experiencia de compartir vivienda con extranjeros no se limita a un periodo acotado de algunos meses sino que puede llegar a extenderse por varios años. En estos casos es frecuente que la expectativa para compartir vivienda no sea la de construir vínculos emocionales intensos con los compañeros y vivir muchas experiencias conjuntas, tipo la película El albergue español o la serie Friends, sino más bien de mantener relaciones “cordiales”, no demasiado intensas ni tampoco distantes.
Para muchas personas que viven en el extranjero el compartir vivienda no solo está motivado por aspectos económicos, sino que consideran que les permite mantener cierta cotidianidad con alguien, y aunque las relaciones que se establezcan no sean profundas, les brinda la posibilidad de poder “contar a alguien como ha ido el día” o poder acudir para solicitar apoyo ante alguna eventualidad.
En este sentido es posible considerar el fenómeno de las viviendas compartidas multiculturales como una manifestación de las nuevas formas de organización social que emergen ante la fragilidad y ruptura de muchos esquemas que nos regían hasta hace unas décadas.
En la actualidad es usual, ya sea por opción o por necesidad, cambiar de trabajo, de país, de vivienda. Es posible también observar en muchas personas un debilitamiento del sentido de pertenencia a los estados nacionales y una cierta identificación con actitudes y principios más cosmopolitas. De igual manera aunque muchas personas siguen aspirando a tener una vivienda propia, también es posible observar que algunas personas no se plantean comprar vivienda, no solo por la incapacidad económica, sino porque lo perciben como una atadura y una pérdida de “libertad”.
En relación a lo anterior, el sociólogo alemán Ulrich Beck, especializado en el impacto de la globalización en las personas, planteó que “una familia hoy son las personas con las que compartimos una lavadora” refiriéndose las formas emergentes de articulación social, que responden a dinámica de transitoriedad y movilidad contemporánea.
Atendiendo a lo anterior es posible concebir el fenómeno de las viviendas compartidas multiculturales, como una expresión de las formas emergentes de hogar, grupo doméstico y “familias” de las ciudades globales y cosmopolitas. Lo anterior en tanto que para muchas personas, la experiencia de los pisos compartidos, se constituye en la posibilidad de establecer relaciones de cuidado mutuo, de construir y vivenciar redes de reciprocidad y generosidad, tal como lo platean la antropología para los vínculos de parentesco.
Se plantean los pisos compartidos entonces como una expresión de hogar, fluctuante y dinámica, que se puede presentar en espacios sucesivos dentro de la misma ciudad o distinto país. Un hogar en el que se pueden establecer vínculos de apoyo, cuidado y reciprocidad con diversas personas, respondiendo a la exigencia de movilidad y flujo que caracterizan el fenómeno de la globalización, así como al cada vez más dificultoso acceso a la vivienda en propiedad.
Escrito por Daniel Ulloa Quevedo
Psicólogo-Psicoterapeuta Junguiano
psiquedaniel@gmail.com
Referencia bibliográficas
- Beck-Gernsheim, Elisabeth. 2003. La reinvención de la familia: en busca de nuevas formas de convivencia.Barcelona: Paidós
- Lie, R. 2003, Spaces of Intercultural Communication. An Introduction to Globalizing/Localizing Identities. Estados Unidos: Hampton Press
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